La caída y el ascenso de la democracia estadounidense

Foto: Kent Nishimura/Getty Images

3 de diciembre de 2024 DARON ACEMOGLÚ / Project Syndicate

Conforme la democracia estadounidense no ha cumplido sus promesas fundamentales, el Partido Demócrata ha contribuido al problema al atender a una elite estrecha y privilegiada. Para restaurar sus propias perspectivas y la forma de gobierno característica de Estados Unidos, debe regresar a sus raíces en la clase trabajadora.

BOSTON – No debería haber sido una sorpresa que los votantes estadounidenses permanecieran en gran medida impasibles ante las advertencias de los demócratas de que Donald Trump representa una grave amenaza para las instituciones estadounidenses. En una encuesta de Gallup de enero de 2024, sólo el 28% de los estadounidenses (un mínimo histórico) dijeron que estaban satisfechos con “la forma en que está funcionando la democracia estadounidense”.

La democracia estadounidense ha prometido durante mucho tiempo cuatro cosas: prosperidad compartida, una voz para la ciudadanía, una gobernanza basada en la experiencia, y servicios públicos eficaces. Pero la democracia estadounidense –al igual que la democracia en otros países ricos (e incluso de ingresos medios)– no ha logrado satisfacer estas aspiraciones.

No siempre fue así. Durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la democracia cumplió sus objetivos, especialmente el de prosperidad compartida. Los salarios reales (ajustados a la inflación) aumentaron rápidamente para todos los grupos demográficos y se redujo la desigualdad. Pero esta tendencia llegó a su fin en algún momento a finales de los años 1970 y principios de los años 1980. Desde entonces, la desigualdad se ha disparado, y los salarios de los trabajadores sin título universitario apenas han aumentado. Aproximadamente la mitad de la fuerza laboral estadounidense ha visto cómo se disparan los ingresos de la otra mitad.

Si bien los últimos diez años fueron algo mejores (el aumento de casi 40 años en la desigualdad parece haberse detenido en algún momento alrededor de 2015), el aumento de la inflación inducido por la pandemia pasó factura a las familias trabajadoras, especialmente en las ciudades. Por eso tantos estadounidenses consideran las condiciones económicas como su principal preocupación, por arriba de la democracia.

Igualmente importante era la creencia de que la democracia daría voz a todos los ciudadanos. Si algo no estuviera bien, un ciudadano podía informarlo a sus representantes electos. Si bien este principio nunca se defendió plenamente (muchas minorías permanecieron privadas de sus derechos durante gran parte de la historia estadounidense), la pérdida de poder de los votantes se ha convertido en un problema aún más generalizado en las últimas cuatro décadas. Como dice la socióloga Arlie Russell Hochschild, muchos estadounidenses, especialmente aquellos sin título universitario, que vivían en el Medio Oeste y el Sur, llegaron a sentirse “extraños en su propia tierra”.

Peor aún, mientras esto sucedía, los demócratas pasaron de ser el partido de los trabajadores a convertirse en una coalición de empresarios tecnológicos, banqueros, profesionales y posgraduados que comparten muy pocas prioridades con la clase trabajadora. Y sí: los medios de comunicación de derecha también avivaron el descontento de la clase trabajadora. Pero pudieron hacerlo porque los principales medios de comunicación y las elites intelectuales ignoraron los agravios económicos y culturales de una parte importante del público. Esta tendencia también se ha acelerado en los últimos cuatro años, con segmentos de la población altamente educados y el ecosistema de medios enfatizando constantemente cuestiones de identidad que alienaron aún más a muchos votantes.

Si se tratara simplemente de un caso en el que los tecnócratas y las elites intelectuales establecen la agenda, uno podría decirse que al menos los expertos estaban trabajando. Pero la promesa de gobernanza impulsada por la experiencia ha sonado vacía al menos desde la crisis financiera de 2008. Fueron expertos quienes diseñaron el sistema financiero, supuestamente para el bien común, y ganaron enormes fortunas en Wall Street porque sabían cómo gestionar el riesgo. Sin embargo, esto no sólo resultó ser falso. Los políticos y reguladores se apresuraron al rescate de los culpables, sin hacer casi nada por los millones de estadounidenses que perdieron sus hogares y sus medios de vida.

La desconfianza del público hacia la experiencia no ha hecho más que aumentar, especialmente durante la crisis de la COVID-19, cuando cuestiones como los confinamientos y las vacunas se convirtieron en pruebas de fuego para la fe en la ciencia. aquellos que no estaban de acuerdo fueron debidamente silenciados en los principales medios de comunicación y conducidos a medios alternativos con audiencias en rápido crecimiento.

Esto nos lleva a la promesa de los servicios públicos. El poeta británico John Betjeman una vez escribió que “Nuestra nación está a favor de la democracia y los drenajes adecuados”, pero la provisión de drenajes confiables por parte de la democracia está cada vez más en duda. En cierto modo, el sistema es víctima de su propio éxito. A partir del siglo XIX, Estados Unidos y muchos países europeos promulgaron leyes para garantizar la selección meritocrática y limitar la corrupción en los servicios públicos, seguidas de regulaciones para proteger al público de nuevos productos, desde automóviles hasta productos farmacéuticos.

Pero a medida que las regulaciones y los procedimientos de seguridad se han multiplicado, los servicios públicos se han vuelto menos eficientes. Por ejemplo, el gasto gubernamental por milla de carretera en EE.UU. aumentó más del triple desde la década de 1960 hasta la de 1980, debido a la adición a nuevas normas y procedimientos de seguridad. Se han producido caídas similares en la productividad del sector de la construcción atribuidas a onerosas regulaciones sobre el uso de la tierra. No sólo han aumentado los costos, sino que los procedimientos diseñados para garantizar prácticas seguras, transparentes y receptivas a los ciudadanos han provocado largos retrasos en todo tipo de proyectos de infraestructura, así como el deterioro de la calidad de otros servicios. incluyendo la educación.

En resumen, para muchos estadounidenses los cuatro pilares de la promesa de la democracia parecen rotos. Pero esto no significa que los estadounidenses prefieran ahora un acuerdo político alternativo. Los norteamericanos todavía están orgullosos de su país y de que se reconozca su carácter democrático como parte importante de su identidad.

La buena noticia es que la democracia se puede reconstruir y fortalecer. El proceso debe comenzar centrándose en la prosperidad compartida y la voz de los ciudadanos, lo que significa reducir el papel de las grandes sumas de dinero en la política. De manera similar, si bien la democracia no puede separarse de la experiencia tecnocrática, la experiencia ciertamente puede estar menos politizada. Los expertos gubernamentales deberían provenir de una gama más amplia de orígenes sociales, y también sería útil que se desplegaran más a nivel de los gobiernos locales.

Por supuesto, es probable que nada de esto suceda bajo la administración entrante de Trump. Como una  amenaza obvia a la democracia estadounidense, se erosionarán muchas normas institucionales críticas durante los próximos cuatro años. Por tanto, la tarea de rehacer la democracia recae en las fuerzas de centro izquierda. Son ellos quienes deben debilitar sus vínculos con las grandes empresas y las grandes tecnologías y recuperar sus raíces en la clase trabajadora. Si la victoria de Trump sirve como una llamada de atención para los demócratas, es posible que, sin darse cuenta, haya puesto en marcha un rejuvenecimiento de la democracia estadounidense.


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